miércoles, 21 de diciembre de 2011

Música rara, XVII


Recuerdo o imagino a Leopoldo María Panero sentado sobre la lluvia
O sobre un corcel de plata. Seguramente en un sueño.
Disparando contra la cordura y los milagros.
Esa vez, Panero me pregunta si sé qué es la verdad. Le
Respondo que las únicas verdades que existen
Son la certeza del pensamiento y la muerte.
Te daré una lección sobre la verdad, me dice. Y atravesamos
Un espacio plano con un poco de llano crecido sobre el manto del suelo.
En el fondo no pienso en ninguna cosa.
Sólo veo las patas del caballo machucar la yerba
Y atravesar como una bala el campo ancho y grande.
Luego entramos a una casa con un jardín lleno de esculturas.
En el centro hay un tigre precolombino.
Es enorme.  Nos bajamos del caballo justo enfrente de él
Y Panero saca un revólver de su saco. Luego apunta contra el tigre
Y comienza a disparar como un verdadero poeta.
Como un poeta que no es ni español, ni francés ni norteamericano.
Un poeta simplemente, nacido entre las convulsiones de un mundo
Que sufre un paro cardiaco. Los disparos se estrellan en la roca
Y hacen agujeros enormes. Como si fueran pequeños misiles de artillería.
Entramos a la casa que en realidad es una cueva con una mesa
En medio de la sala. Sin espacio para sentarse.
Tengo miedo de hablar, él se sirve un vaso de Coca cola.
“Debo irme ahora”, logro decirle. Él no responde
Yo salgo corriendo. Cruzo la puerta que da al jardín confuso
Donde ya no existe ningún tigre. En su lugar hay un bulto de ripio
y de piedras hechas pedazos.
(Tampoco tú existes en el jardín).
Me arrodillo a buscar entre los escombros
y descubro mi rostro entre las piedras.

Imagen: Leopoldo María Panero

jueves, 8 de diciembre de 2011

Radiografías (René Morales Hernández, 2010)


La vocación de quedarse contra la de irse. La vocación de estar cerca y sentirse otro. De temer al extraño que existe cuando se está solo: la conciencia del otro. Ese que no conocemos. El que tenemos la oportunidad de crear en los sitios donde nadie nos conoce. Cuando la geografía más cercana desaparece y sólo queda el fondo: lo que no se puede ver sino a través de una lectura en rayos X de la presencia. El afán por la permanencia de un personaje que no pertenece a ningún sitio. El influjo de un espacio gris que respira la miseria de los días solitarios en lugares desconocidos.  
Radiografías de René Morales Hernández es el retrato de un viajero fragmentado en los sitios. Un libro de terror e insomnio: está plagado de bestias sibilantes o una sola. Un solo animal endémico que desfallece en su ira, en su impotencia, en su angustia. En la derrota de la furia a manos de la ciudad que no duerme.  Es el retrato del lado doloroso y oscuro de lugares tan difusos como el imaginario mismo. La debacle del mundo a través de la contemplación de las horas amargas de las madrugadas de ciudades sin fe. La respiración jadeante de las calles cuando el habitante de la noche comienza a arrepentirse de sus debilidades.
Hay la cordura de un grito desesperado. La plegaria de un alma que cae hacia el vacío mientras se da cuenta de que nadie la escucha. El poeta camina por las estaciones del metro, espera en las paradas de bus, en los parques, los aeropuertos, las barriadas marginales. Siempre con valor. Sin esperanza.

René Morales Hernández (2010). Radiografías. catafixia editorial. colección latina.
Imagen: Revista Luna Park

sábado, 12 de noviembre de 2011

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?


Sueñan los androides con ovejas eléctricas es una novela terriblemente triste.  Es la visión caótica de la degradación humana: luego de haber enfrentado una Guerra Mundial Terminal, la gente juega a sobrevivir en lo que queda de un planeta destruido. La certeza de la extinción de la especie se vuelve una forma cotidiana de vida. Una vida como un arácnido con la mitad de sus patas amputadas, que suplica a los androides la oportunidad de vivir.

 Quienes se quedaron en la tierra y no emigraron a Marte construyen su cotidianidad dentro una farsa: su ciudad, su trabajo, su religión: su existencia. En esa realidad, el androide es la consciencia del otro: el más pragmático de los sustitutos de lo humano. Al igual que el maniquí y el espantapájaros, el androide tiene esa inquietante actitud de inconsciencia condenatoria.

En este contexto, Rick Deckart es un cazador de bonificaciones: un policía que se dedica a matar androides “ilegales” en su distrito, para cobrar una recompensa.

Desde la interrogante del título, la obra supone la asimilación del otro. El cuestionamiento surge como un discurso apologético que justifica la existencia del ser humano con su capacidad de soñar. Pero, ¿sueñan también ellos? Uno de los capítulos que mejor representa esta pregunta es la escena en la que Rick Deckart tiene relaciones sexuales con Rachael Rosen: la androide que finalmente mata a la cabra nubia de Rick. Símbolo de la carcajada con la que lo artificial celebra su victoria sobre lo humano.
La posesión de animales en el futuro de Dick es un indicador del nivel socioeconómico de las personas. El anhela de alimentar a un perro real, a una vaca, a un insecto. Además de ostentar un indicador de clase, esa es la forma en la que los humanos manifiestan su entonces patético aprecio a la vida.

sábado, 27 de agosto de 2011

Los demonios de Urbina (piezas sueltas)

3.

Aquí están los locos, quemándose

sin que sus gritos se escuchen como la voz

que clamó en el desierto de los locos.

Aquí están los locos diciendo lo que ellos

no escucharon. Aquí el calendario

con números rojos señalando la fecha

en que descenderá Dios

para martillar los clavos de las cruces

que lloverán sobre los últimos días.

Aquí estamos sólo gritando por el

fuego de la demencia que nos une. Baja, Dios:

el infierno está vacío.

9.

Los elefantes despejan el camino que conduce al acantilado.

Los sigue con los ojos vendados. La canción se pierde entre el estrépito y el miedo.

Recuerda que ninguna palabra es suficiente para interrumpir el camino de las hormigas

que devoran al incauto que envejeció sin salirse del pasto caníbal.

Alto, grita y la muerte le duele tanto menos.

Entonces recuerda los pasos de ella tras los elefantes del primer hombre marchando hacia el acantilado.

Tranquilo. Dios nunca volverá a destruir estas tierras.

En cambio, crecerá asfalto.

Flores de concreto y mujeres falsas.

Hombres plásticos. Jardines llenos de falos enormes de cristal y hormigo.

“Edificios de mil ventanas se alzarán resplandecientes”

Ese será su infierno.


10.

No nos hemos arrodillado ante el abismo

por temor a Dios. El abismo nos llama

porque estamos solos y los caballos

atraviesan furiosos un campo plano.

No. El abismo no es nuestro padre

sino nuestro único destino fiel. Nuestra palabra

despojada de los murmullos de los hombres.

El abismo no es nuestro padre

sino nuestro único amante.

Imagen: The Flatiron, Edward Steichen

sábado, 13 de agosto de 2011

Un día fuiste otra Magdalena

Un día fuiste otra Magdalena. Estuviste entre mis brazos que dormían y te llamé por un nombre que no es tuyo. Te dije Magda y hoy no recuerdo cómo te llamas pero se atraviesa en la vida una mujer y un niño dentro de mí se estremece: ella es Magdalena. Magda viendo la luna. Una vez pensé en eso aunque jamás existió luna ni ángel para celebrar tu silencio entre nosotros. Sólo tu risa existía en este valle coronado por la espuma y la miel que saboreamos de la angustia. Sólo tu risa poblaba el silencio con que yo respondía ante el mundo como un ladrón que roba la paz que no puede pertenecerle. Sólo tu risa de Magdalena en este valle de lágrimas y silencio.

domingo, 31 de julio de 2011

Madre, algún día me esperarás azul sobre los últimos inviernos de esta ciudad maldita, y yo me habré ido. Entonces el sol tendrá más fuerza para quemar los recuerdos felices de la infancia y sus labios, con el ímpetu de un corcel enorme, servirán para borrar otras promesas.
Imagen: Edward Steichen

domingo, 3 de julio de 2011

Sólo una vez sentí el frío del invierno

Sólo una vez sentí el frío del invierno sin mácula. Caminaba de regreso a mi infancia y ahí estaba. Con la sonrisa blanca con que saludaba a los viajeros noctámbulos y desamparados. Así era como él se vengaba de la noche desierta. De la distancia recorrida sin paz ni hijos ni mujer y llegaba, primero tenue. Luego como agujas enterrándose en los párpados a recordar el pasado. Como un ejercicio siniestro en el que se juega a perder. Sólo una vez sentí el frío del invierno.

Imagen tomada de Los sueños de Akira Kurosawa

domingo, 10 de abril de 2011

Cartas

De mi infancia recuerdo a un viejo jugando cartas
con la televisión encendida frente a él.
Entonces no comprendía
que el viejo era un retrato. Una profecía generosa
de lo que podría suceder. Mi primer encuentro con el miedo
pasó cuando encendí el ordenador y abrí el solitario. Entonces
tenía catorce años, y mis miedos eran otros.

Tuve miedos fabulosos cuando niño.
Imaginaba selvas color sepia con arenas movedizas
y buitres negros que devoraban vivos a los hombres.
Entonces el viejo era real y la tele ya no existe.
Tampoco sé si la casa en la que estaba existe aún.
Lo que sé ahora es
que la vejez puede ganarle días a la muerte con un póquer de reyes

viernes, 8 de abril de 2011

Texto 2

Bien, aquí de nuevo. Computador encendido. Mente dispersa. Mil cosas que escribir por obligación. Nada respetable. Atención a las ventanas de facebook, messenger, un cerebro en llamas, sin algo que valga la pena. Las energías están agotadas. Ocho horas son suficientes para matar cualquier cosa creativa. Cualquier feto de idea de veintitrés años. La juventud pasa rápido. Nueve horas. Diez horas. Once horas y media de trabajar en nada. Qué pienso: pienso lo que hace ahora gente conocida. Pienso que debo escribir un ensayo sobre una obra de teatro que únicamente leí. Pienso en que hoy la biblioteca no resulta tan atractiva. Pienso que varias veces ha sucedido lo mismo, por el trabajo y la televisión. Pienso que el cerebro se embrutece, con distracciones cada vez más vergonzosas. Pienso en que lo que más vale la pena en la vida es aquello que la destruye. Pienso en Thomas Mann, no sé por qué. Pienso que, a veces, camino con Hans Castorp hacia el hospital de tuberculosos para ver pasar la vida, inconsciente del tiempo. Del futuro. De lo que se desperdicia sin literatura. De lo que se desperdicia con literatura. Si dejara de pensar sería más fácil. Cioran no atormentaría como una máscara infernal por la ventana, advirtiendo que toda vida es inútil y malvada. También saldría con más chicas, y me dormiría más rápido en las noches. Pero no, el cerebro está en llamas, viendo como se apaga el fuego. Caminando hacia un hospital de tuberculosos de principios de siglo. Resignado camina hacia un patíbulo hecho con madera. Cuatro paredes. Una laptop. Cigarrillos. Una tumba. Una hoja vacía.

domingo, 3 de abril de 2011

1.

No recuerdo para qué vine. En realidad no sé dónde estoy. Por qué estoy en esta habitación de paredes blancas, sin ningún cuadro colgando sobre las paredes. No recuerdo que alguna vez se haya abierto la única puerta que hay. No sé que hay afuera, aunque seguramente yo entre por ahí. Tuve que haber entrado de alguna manera. Seguramente entré buscando la vida o huyendo de ella. Puede que voluntariamente, o que alguien más me haya forzado a hacerlo. Aquí no hay nada. Sólo hay un arma que está colgando del techo. Cuelga de una cuerda justo al centro de la habitación, pero no puedo alcanzarla. No podría hacerlo incluso si estuviera de pie.

2.

Duermo y despierto con el ojo del revólver viéndome, acusándome de algo.

3.

Sería hermoso asomar la cabeza por una ventana y presenciar el espectáculo del mundo, pero no hay ventanas. Siempre me gustó la pintura. Eso sí lo recuerdo. Recuerdo que antes de venir aquí me gustaban los cuadros. Incluso recuerdo que tenía instrumentos para pintar. Acuarelas, óleos, pinceles. Pero me cuesta trabajo recordar más. Tal vez si hubiera una ventana aparecería El jardín de las delicias, y yo estaría a punto de entrar en la obra. En el límite de la realidad y el arte. Sólo sé que soy ahora, aunque no estoy seguro de si esto es la realidad. Tengo nociones vagas de ella, pero no es esto. Estoy seguro. Sí, recuerdo ese cuadro, aunque sólo eso. No logro recordar algo más.

4.

Es de día. Lo intuyo. No estoy seguro del todo, pero acabo de despertar. Hoy recuerdo un poco más. Tengo impresiones vagas de lo que fue antes. De lo que puede existir fuera de aquí. Recuerdo que escondía un arma en algún sitio. Un revólver como el que ahora me apunta cada vez que abro los ojos. Eso es importante, pues lo escondía de alguien. Existía la posibilidad de que una persona lo encontrara, y yo no lo deseaba. Huía de esa posibilidad con temor. Me pregunto dónde estará ahora. No es el revólver que me apunta ahora.

5.

También recuerdo cosas que dije sobre algo. Conforme pasa el tiempo, mi memoria se va haciendo más sólida. Pareciera recobrar objetos perdidos. Recuerdo que un día dije: “no quiero ver el rostro del infierno”, pero no recuerdo por qué. Es una frase arbitraria, casi absurda, pero apareció en alguna conversación y se grabó en mi memoria con especial solidez. Hoy la he descubierto. También recuerdo que una vez aconsejé a alguien. A una mujer. Conozco su rostro, pero no sé de quién se trata. Recuerdo que le dije que tenía que preocuparse más por sí misma. No sé por qué le dije eso, y no tiene importancia. Pero tengo su rostro presente, a pesar de que siempre es difícil recordar rostros. Un rostro siempre es difícil de recordar, no importa lo que digan. Tenía los labios finos, los ojos grandes, arqueaba las cejas cuando hablaba. Reía mucho. Siempre estaba riendo.

6.

No lo había notado, pero el revólver ha bajado de su altura inicial. La cuerda no tiene amarras. No me lo explico. Ahora puedo pararme y me faltaría sólo un par de pies para alcanzarlo. No entiendo. ¿Será posible que alguien venga y cambie la cuerda mientras duermo?

7.

Esta vez mi sueño no fue tranquilo. Hasta ahora no había soñado con nada. Pero en esta ocasión, mi cerebro ya estaba listo, y se dispuso a soñar. Es curioso: no es posible soñar sin recuerdos. Seguramente los recuerdos que vi en el sueño no son conscientes. Los iré recuperando como hasta hoy he ido recuperando partes de mi memoria. Mi sueño no fue un sueño agradable. Estaba en otro lugar. En otra habitación adonde sí había ventanas. Yo estaba acostado y por la ventana entraron dos personas. No podía ver el rostro de ninguno de los dos. Usaban gabardinas largas y tenían la cara cubierta. Querían asesinarme. Yo no podía moverme, no sé por qué razón. Permanecí acostado y uno de ellos comenzó a levantar el velo que le cubría el rostro. El sueño me hizo recordar la sensación de tranquilidad de despertar y la angustia de morir. Siempre he temido morir. Ahora veo la angustia de la muerte como algo lejano. Como un objeto humano. No sé qué pasa. Comienzo a pensar que algo anda mal.

8.

Casi llego a alcanzar el revólver con las manos. No quiero ponerme en pie. Esperaré a que llegue hasta mí.

Imagen: My bed, Tracey Emin

domingo, 20 de marzo de 2011

fragmento de La caída turca

A Ramón se le ve por las noches recibir clases de Alemán los martes y los jueves, o acostado, escuchando música clásica en un sillón rosa frente a su cama, o sentado en las filas de en medio del teatro de Bellas Artes, mirando a Laura Almenábar. Raras veces toma. En el sentido estricto de la palabra, podría decirse que no tiene amigos. Por lo demás no puede quejarse. Trabaja como corrector de estilo en un matutino y está a punto de licenciarse en letras. El dinero le alcanza para vivir eventualmente y eventualmente comprar libros. Presta clásicos de la biblioteca de la universidad o los compra usados en librerías del centro. Le gustaría leer más. Vive en una pensión que queda cerca del trabajo. Regresa tarde a ver televisión o a leer. Está solo. Soporta las noches. Los viernes va al teatro, a emocionarse cuando Laura interpreta un papel nuevo. Todas las noches la imagina sin ropa. No imagina su cuerpo, sino su rostro cuando está desnuda. La imagina riendo. La imagina salvándola de algo, de un precipicio, del fuego, de un hombre grande y malo. De varios hombres grandes y malos. De la muerte. Está seguro de conocerla aunque no sepa dónde vive ni qué perfume usa. Está seguro de querer ser escritor. Nunca enferma. Al menos no de nada serio. Conoce a Laura Almenábar a través de Pirandello, de Poncela, de Buero Vallejo. La recuerda sobre todo por La casa de Bernarda Alba. El mejor papel que ha interpretado, a su criterio.

Recibe correos de su padre. Sobre todo cuando necesita dinero. Su padre está más jodido de plata. Eventualmente le responde. Su madre, en cambio, lo llama los domingos con puntualidad menstrual. A él no le molesta. Se siente bien de vivir solo.

Hay momentos en los que piensa que sólo el arte podría salvar al mundo. Piensa en la grasa escurriendo de las hamburguesas de plataforma. En el imperio del fast-food y la moda mientras escucha un tango. Entonces, ese tango le parece hermoso. Todo lo demás le parece absurdo. “Mezcla de rabia, de dolor, de fe de ausencia”. Sabe que la literatura se percibe con dificultad. Que la calidad literaria es un criterio universal mezclado con los prejuicios y con el juicio subjetivo del receptor. Pero hay algo que la diferencia. Existe algo que la hace diferente.

¿Dónde estás, Laura Almenábar? El mundo comienza a caer sin que haya historias que contar. Nunca no es una hermosa palabra. Nunca le hablé. Nunca la toqué. Nunca la vi desnuda. Se fue sin que fuera la época en la que acostumbraba irse de vacaciones. Los días nunca habían sido tan grises. La vida es una mala novela. “It is a tale told by an idiot, full of sound and fury, signifying nothing". Eso es todo. La vida es una historia contada por un idiota. Por eso se fue Laura. Los días pasan sin prisa en las letras del periódico que debo leer. Laura Almenábar: una mujer hermosa que se va sin despedirse. Recuerda que tu muerte es más valiosa. Pesa más que ti. Podrán olvidarte, pero si sabes morir, no te olvidarán jamás. Nadie te olvidará con una muerte hermosa. Antes debes dejar cien palabras. No más, ni menos. Sólo debes escribir cien palabras o repetir cien veces una palabra que valga la pena. Nada: nada es una palabra que podría valer. Ahora escribo las líneas que dejaré antes de morir. Me dan ganas de llorar, pero nadie sabrá si lloré o si no. Nadie lloraría al dejar esta triste e inútil guerra. Mejor aún, una muerte respetable dejando las piezas sueltas de un rompecabezas: la colección de las entradas al teatro, ordenadas por fecha. Un diario con un último texto lapidario. Novelas sin terminar. Un blog que nadie leía. Poemas dispersos. Ver a un escritor morir cifrando sus esperanzas en su obra es tan decepcionante y común. No quiero buscarla porque nunca la tuve ni la tendré. Quiero que el mundo me recuerde diciendo, preguntando: ¿dónde estás, Laura Almenábar?

Eventualmente visitaba gente conocida. Aunque nunca se preocupaban demasiado por él. Era un lector insoportable y eso aturdía a la gente que lo rodeaba. Sobre todo cuando sus interlocutores también eran lectores.

miércoles, 23 de febrero de 2011


Quiero ser eso que se enreda en tu pelo.
Es hora de subir al autobús
que aparece en mis pesadillas más dulces.
Una vez te imaginé soñar
y eras feliz. Estabas acostada
en el borde de un tiempo de asesinos
y yo llegaba como un fantasma
para ver tus pies bajo la luz de la ausencia.

Mañana lucharás sin revólver ni ejército
contra bestias fieles. No te vayas siguiendo
aquellos días inútiles en los que fuiste otra.
Déjalos como una vela encendida sobre la madrugada.
Como un incendio feliz en la biblioteca.

Imagen: Floris Neusüss.
"viviremos de luz involuntaria"
Gil de Biedma

1.
Han olvidado ya estas palabras.
Nadie pronuncia el nombre
del poeta asesinado.

2.
La realidad es otra. Lo sé.
El filo del crimen
me descubre humano.

3.
Las cenizas del frío
cubren los pasos del que leía.
Mañana pasará otro tren.
Todo será historia.

Imagen: Duane Michals

viernes, 11 de febrero de 2011

“Respirar y dejar de respirar”

Jorge Teillier

Uno advierte que la vida se acerca como un avión o como un ave enorme.

Y está parado en mitad de la calle como la víctima promedio del tráfico.

Uno siente, a veces, tristeza por el desprecio de un desconocido.

Sale y la calle es más sola que la casa.

Recibe clases de inglés. Paga deudas. Compra cosas.

Piensa en la posibilidad de las ventanas

del mundo que se retuerce sonriente tras la puerta.

Recibe la lluvia, se embriaga, come carne.

Uno respira. Sólo eso. Y deja de respirar cualquier día opaco

o soleado si eso importara.

Uno se despide cuando ve a la vida alejarse sobre trenes rápidos

por la madrugada.

Uno no habla: envejece y muere en silencio, como un árbol.

domingo, 23 de enero de 2011

Me despedí de un planeta eternamente triste y tuve energía para escribir. Esa energía cansada y reincidente de los escritores mediocres. Nunca escribía con la furia con que escribían Onetti o Rimbaud sino con la calma de quien se sabe noctámbulo de las despedidas y exilia la soledad con los libros. Con los despojos de un alma descendiendo hacia las cenizas de un fénix cansado de fracasar en el delirio oscilante de la vida.