3.
Aquí están los locos, quemándose
sin que sus gritos se escuchen como la voz
que clamó en el desierto de los locos.
Aquí están los locos diciendo lo que ellos
no escucharon. Aquí el calendario
con números rojos señalando la fecha
en que descenderá Dios
para martillar los clavos de las cruces
que lloverán sobre los últimos días.
Aquí estamos sólo gritando por el
fuego de la demencia que nos une. Baja, Dios:
el infierno está vacío.
9.
Los elefantes despejan el camino que conduce al acantilado.
Los sigue con los ojos vendados. La canción se pierde entre el estrépito y el miedo.
Recuerda que ninguna palabra es suficiente para interrumpir el camino de las hormigas
que devoran al incauto que envejeció sin salirse del pasto caníbal.
Alto, grita y la muerte le duele tanto menos.
Entonces recuerda los pasos de ella tras los elefantes del primer hombre marchando hacia el acantilado.
Tranquilo. Dios nunca volverá a destruir estas tierras.
En cambio, crecerá asfalto.
Flores de concreto y mujeres falsas.
Hombres plásticos. Jardines llenos de falos enormes de cristal y hormigo.
“Edificios de mil ventanas se alzarán resplandecientes”
Ese será su infierno.
10.
No nos hemos arrodillado ante el abismo
por temor a Dios. El abismo nos llama
porque estamos solos y los caballos
atraviesan furiosos un campo plano.
No. El abismo no es nuestro padre
sino nuestro único destino fiel. Nuestra palabra
despojada de los murmullos de los hombres.
El abismo no es nuestro padre
sino nuestro único amante.
Imagen: The Flatiron, Edward Steichen
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