Esta música suena cuando el hijo recoge sus
ojos del concreto. Del precipicio de concreto en el que camina sobre un puente
angosto. Y su voz suena desde dentro de la carne infértil. Desde dentro del
dibujo dormido de las mariposas tatuadas en sus nalgas. Asomando su aliento, su
respiración en medio del estrépito de un mar que se ahoga. Dentro de la memoria
difusa del humo que sale de su boca luego de coger en el último lugar del mapa.
“Padre, perdóname porque sé lo que hago” y lo sabe cuando alza las manos
pidiendo vida, más vida y redención y en sus manos escribe el rostro de los enamorados
que morirán a su espalda. Se bajaron del automóvil y entraron al hotel Fuga.
Vete, le dice mientras sostiene el cristal roto de la copa en sus manos. Nunca
supo el nombre del silencio con que aparecía en sueños difusos dentro de su
vientre, pero iba con ellos. “No hay que mezclar el sentimentalismo con el sexo”
Maldito Burroughs, piensa. Malditos todos los escritores del mundo. Su hijo muere
antes de conocer la piel del infierno.
jueves, 19 de abril de 2012
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