jueves, 21 de junio de 2012

Mundo animal - El cariño de los tontos


La extraña conciencia de la naturaleza como un ente en cambio permanente. La lucidez de la transformación del cuerpo en aves, vacas, alimento. La percepción de la materia como un ente fijo, que sólo sufre transformaciones a través de una misma conciencia. De esto tratan los textos Mundo animal. Un libro de relatos fantásticos reeditado por la editorial Adriana Hidalgo en un volumen junto con la novela corta El cariño de los tontos.
La historia es famosa, pero fragmentada y no sé si miento: Bolaño había ganado el tercer lugar en un certamen de relato y Di Benedetto el primero. La experiencia le sirvió a Bolaño para darse cuenta de la nulidad del futuro económico que ofrecía el quehacer literario. Luego, mantuvieron una relación postal de donde salió Sensisni, el primer relato que compone el libro Llamadas telefónicas.
Di Benedetto nació en 1922. Una década prodigiosa y decisiva para el desarrollo de la narrativa argentina. Década en la que se publicaron, en 1926, dos textos que marcarían el rumbo con dos formas diferentes de ver la literatura: El juguete rabioso de Roberto Arlt y Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes. Bolaño decía que había tres líneas vigentes de la literatura argentina: la de Roberto Arlt, cuyo profeta y fundador de su iglesia sería Ricardo Piglia; la de Borges, que trascendió hacia la universalidad; y la de Lamborghini, que define como la literatura de la crueldad, el espanto, el miedo. Así, la llamada ‘narrativa pampeana’ (término acuñado por Borges al referirse a Don Segundo Sombra) de autores como Benito Lynch , Héctor Heandi  y Enrique Larreta, que descendía de la literatura gauchesca y luego del realismo criollista; tendría su cenit y culminación en Güiraldes.
Durante su adolescencia, Di Benedetto leería a Borges, como modelo. Y a autores hispanoamericanos que ya gozaban de la calidad de clásicos, como Horacio Quiroga. Quien haya leído los relatos de Kafka no podrá negar que existe una relación directa entre ellos y los relatos de Mundo animal. Exceptuando el relato Mariposas de Koch cuyo argumento difiere de los otros por su limpieza y por la ausencia de transformaciones fantásticas e inexplicables. Este relato, junto con el primer relato incluido en El cariño de los tontos podrían ser considerados manifestaciones tempranas del realismo mágico hispanoamericano.
Mundo animal es, por otra parte, el primer libro publicado por Di Benedetto. El inicio de su carrera coincide con el inicio de la carrera de Julio Cortázar, que publicó Bestiario, su primer libro de relatos, en 1951. Ser un escritor de relatos en la época de Cortázar, con la universalidad de Europa como un centro de concentración cultural y vivir el proceso de gestación del boom debió haber sido difícil para cualquier escritor. Sin embargo, Cortázar representa otra línea narrativa y cualquier tipo de comparación, además de estar contaminada por la enorme estridencia que tuvo el boom, no es válida. Así, Di Benedetto es heredero de la línea borgiana y kafkiana.
Los quince relatos agrupados en Mundo animal podrían considerarse fantásticos. La conciencia narradora es muchas veces confusa, que construye un argumento sobre hechos inexplicables. La definición estructural que se hace de lo fantástico es la duda de si sucedió o no sucedió, duda que existe en el narrador transmitida al lector, a través de hechos que no tienen una explicación lógica.
Así, a pesar de no ser tan conocido en el resto de Hispanoamérica, Di Benedetto es un enorme cuentista y enorme escritor. La editorial Adriana Hidalgo se ha dado al rescate de su obra y con esta labor, podemos encontrar una pieza que no conocíamos tanto de la literatura hispanoamericana. Quién es uno para decir si es una pieza clave, o fundamental, o todo eso que dicen. Lo que es cierto es que su lectura la disfrutan quienes gusten de leer relatos. 

miércoles, 23 de mayo de 2012

Crónicas para sentimentales - Jacinta Escudos.


Escribir algo sobre Crónicas para sentimentales de Jacinta Escudos. Comenzar con algo irrelevante, como decir que lo compré junto con Crónicas marcianas, de Ray Bradbury. Terminé primero el de Bradbury. Definitivamente, me gusta más la portada del libro de Escudos. Dentro del libro hay relatos. Crónicas. Acontecimientos personales de hombres o mujeres. ¿Por qué no hablar mejor de Bradbury? No lo sé, no estoy seguro, pero tal vez porque todo mundo conoce a Bradbury y todos han leído Fahrenheit, en lenguaje figurado. Tal vez porque no sea nadie para hablar de Bradbury. Tampoco soy alguien para hablar de Jacinta Escudos, pero me parece más fácil hablar de ella. Más cómodo. La conocen menos personas, así, si me equivoco, menos gente se dará cuenta.

En ambos libros coincide en el título la palabra crónicas. Hermosa palabra que se refiere al tiempo. Al dios Cronos, que devoró a sus hijos. A la decadencia paulatina de las cosas. Bradbury la utiliza en el título porque se refiere a un evento importante en la historia dentro de la ficción. La colonización de Marte (que es nieto de Cronos, vaya coincidencia). Y a los documentos que registran esos eventos se les suele llamar crónicas.
En el libro de Jacinta Escudos, la palabra crónicas tiene otra connotación, una más íntima. Está relacionado con la historia personal de personajes. Hombres y mujeres… sentimentales. Comparten la soledad, la tristeza, la tendencia de quedarse callados en medio de una conversación, como los sentimentales; y el miedo a que el dios Cronos termine de devorarlos por completo. Sobre todo eso. La resistencia secreta a envejecer. El miedo a perder algo que no saben que poseen. Cuya pertenencia radica precisamente en no comprender bien de qué se trata. Son personas comunes y corrientes, pero especiales dentro de su normalidad. Son personas que seguramente pueden llorar por una mala mirada, por el sentimiento de culpa. Son, en resumen, sensibles. Sentimentales.

Tal vez, en el fondo, por eso Jacinta Escudos escribió Crónicas para sentimentales. Tal vez también fue por eso que Bradbury escribió Crónicas marcianas y Fahrenheit 451. Tal vez, muy en el fondo, por eso es que todos escribimos. Porque tenemos miedo a que el tiempo pase, y se acabe y no hagamos nada.

Imagen: Crónicas para sentimentales y Crónicas marcianas. Al fondo: Saturno devorando a uno de sus hijos, de Goya.

jueves, 19 de abril de 2012

Intro 3 de la música


Esta música suena cuando el hijo recoge sus ojos del concreto. Del precipicio de concreto en el que camina sobre un puente angosto. Y su voz suena desde dentro de la carne infértil. Desde dentro del dibujo dormido de las mariposas tatuadas en sus nalgas. Asomando su aliento, su respiración en medio del estrépito de un mar que se ahoga. Dentro de la memoria difusa del humo que sale de su boca luego de coger en el último lugar del mapa. “Padre, perdóname porque sé lo que hago” y lo sabe cuando alza las manos pidiendo vida, más vida y redención y en sus manos escribe el rostro de los enamorados que morirán a su espalda. Se bajaron del automóvil y entraron al hotel Fuga. Vete, le dice mientras sostiene el cristal roto de la copa en sus manos. Nunca supo el nombre del silencio con que aparecía en sueños difusos dentro de su vientre, pero iba con ellos. “No hay que mezclar el sentimentalismo con el sexo” Maldito Burroughs, piensa. Malditos todos los escritores del mundo. Su hijo muere antes de conocer la piel del infierno. 

jueves, 29 de marzo de 2012

Wislawa Szymborska


"Los sueños vergonzosos son obra de Satanás.
Mi alma es tan cierta como el hueso de una ciruela".
Wislawa Szymborska

Tristeza. Un mes después, me entero de la muerte de Wislawa Szymborska. Miento. No es tristeza. Es más consternación, desengaño, no sé, algo así. La poeta que trató de redimirnos. Como un tonto, al saber de su muerte me puse a leer de nuevo un libro suyo.  Comparto con ustedes la ingenuidad que pudo haberme llevado a esa lectura y transcribo algunos de los poemas incluidos en la antología Paisaje con grano de arena (Lumen, 2005).

Notas de una expedición no realizada al Himalaya

Así, pues, esto es el Himalaya.
Montañas corriendo hacia la luna.
El instante del despegue detenido
en un cielo rasgado.
Un desierto de nubes lleno de agujeros.
Un golpe en la nada.
El eco: un mudo blanco.
Silencio.

Yeti, abajo es miércoles,
hay abecedario y pan,
dos y dos son cuatro,
la nieve se funde.
Hay una manzana roja
partida en cuatro.

Yeti, entre nosotros
no sólo existe el crimen.
Yeti, no todas las palabras
condenan a muerte.

Heredamos la esperanza,
regalo del olvido.
Verás cómo entre ruinas
parimos niños.

Yeti, tenemos a Shakespeare.
Yeti, tocamos el violín.
Yeti, al anochecer
prendemos la luz.

Aquí, ni luna ni tierra,
y se congelan las lágrimas.
¡Oh, Yeti, casi hombre de la luna,
piénsalo y vuelve!

Así dije, a gritos, al Yeti
entre las cuatro paredes de avalanchas,
y para entrar en calor pateaba
en la nieve,
en la eterna.

El álbum

Nadie en mi familia murió de amor.
Romances sí hubo, no cosa seria.
¿Tísicos Romeos? ¿Julietas con difteria?
No. Alcanzaron la vejez en flor.
¡Ni uno murió de cartas sin respuesta,
con letra por lágrimas borrosa!
Llegaban vecinos, traje de fiesta,
con anteojos, levita y una rosa.
Nadie se asfixió dentro de un armario
por huir de maridos de sus amantes.
Faralaes, mantillas ni volantes
echaron a nadie de la foto por falsario.
¡Cuán lejos sus almas del infierno del Bosco!
Sus pistolas no defendían amores furtivos.
(Morían a balazos, mas por otros motivos,
en el frente, en un catre bien tosco).
Ni la bella, la del moño vistoso,
con ojeras como de bacanal,
partió a vela en pos de un joven fogoso
por el mar de su hemorragia cerebral.
Antes del daguerrotipo quizás hubo amor de veras,
pero no en las fotos de mi familia.
Los días tenían tempo de vigilia
y ellos morían de gripe o de paperas.

Fotografía: http://www.guardian.co.uk/

viernes, 2 de marzo de 2012

Intro de la música


La ciudad llorará por ti, nunca pudo sobrevivir sin tu rostro, y yo escribiré, por fin, el largo poema sin dedicatoria que prometí hacer el día que tu cuerpo pobló las calles que hoy se marchitan. Todos caminarán hacia un lugar imposible y no sospecharán que la música que guía sus pasos es la misma que el olvido les escupe desde la piel del abismo. Sobre nuestras frentes se dibujarán todas las posibilidades felices con que dios nunca coronó nuestras súplicas. Y el infierno y el cielo y Dante mismo llorarán por ti y yo saldré descalzo a preguntar tu nombre a las avenidas del centro. Responderá el eco de los poemas tontos que te escribí. Responderá el filo ensangrentado con que corté el cuello de mi cordura. Responderán los ojos rojos de un niño que clava una flecha envenenada en el corazón de su padre. Responderá el rostro y el vestido y el precio de un maniquí que me recuerda tu ausencia desde un anaquel con demasiado pasado. Y yo estaré solo sobre una ciudad sin lágrimas ni silencio. Con la absurda valentía de quien se lo ha perdido casi todo pero que aún no se va y decide descubrir cuál es el fondo del inútil abismo. Yo estaré arrepintiéndome de saltar, al último momento. Masturbándome en los baños públicos con lágrimas austeras en el rostro. Deseando la caída de los ángeles y la muerte de los mendigos. Sin arriesgarme demasiado. Sin perder la ruta correcta hacia la tumba.

1.

Abrir esa ventana
Para que en la calle se escuche esta música
Y la gente, confundida, tire piedras contra la noche
Y se confunda la noche y la tinta con que escribo
Y derramen ambas lucidez sobre mi sangre.
Entonces el caos necesitará de un dios
Pero dentro de mí sólo podré encontrar la oscuridad
Caerán los cuerpos junto con las piedras
Y se apagarán todas las velas de fuego humano.
Cuando todo acabe
habrá silencio y el loco pensará
“La ira de Dios ha terminado”
Un rumor maligno se cernirá sobre las cabezas
Y dibujará signos malditos con la ceniza humana.
Las calles serán un pentagrama.
El loco no sabe la diferencia entre la música
Y la sangre de las notas sobre el concreto.
La música será lo único cierto:
La tragedia del principio y del final.


Imagen: Los mendigos, Pieter Brueghel.

miércoles, 25 de enero de 2012

Extrañando a Kissinger, Etgar Keret


Bolaño ya había escrito y conversado sobre lo absurdo de la esperanza de perdurar cuando se habla de literatura. Las intenciones de hacerlo deben morir, junto con otras regiones del ego, cuando se pretende ser escritor. Esta muerte del amor propio, o digámoslo mejor: del amor por la obra propia, es el primer momento de la génesis poética para Bloom, quien decía que si la tradición literaria universal representa un paraíso, el poeta debe de caer del cielo y descender hacia el infierno. Pero sobre todo, debe darse cuenta de que está en el infierno, y tratar de superar a Satanás.
Pensé todo eso a raíz de que en la contratapa de Extrañando a Kissinger, el comentarista afirma que “Etgar Keret promete ser uno de esos escritores entrañables que perdurarán a lo largo de los tiempos”. Hacer una afirmación de este tipo es jugar con fuego, pero no jugar con carteritas de fósforos o juegos artificiales, sino jugar con lanzallamas con el piso cubierto de gasolina. Lo que más escalofríos da es eso de ‘a lo largo de los tiempos’.
A pesar de este comentario, el texto, que es el primero que leo de Keret, es admirable. La construcción de sus relatos no deja espacio para la meditación sobre su trama. Las acciones se construyen en el cerebro del lector sin ninguna reflexión, y son contundentes. No dejan espacio para pensar sino cuando el relato ha terminado. Su primer afán es sorprender, confundir, poner a pensar. Y lo logra de forma magistral. Luego, de esa masa caótica que espera ser comprendida en la memoria inmediata, comienzan a salir imágenes violentas y aterradoras.
Keret pone a la luz, de frente, sin ninguna barrera, las confrontaciones morales. Confrontaciones de las que sin importar quién gane, siempre pierde la dignidad. Cuya desvalorización es una constante en el transcurso de la historia reciente.
La reducción del relato no es un asunto nuevo. De hecho, podríamos pensar en autores como Kafka (que definitivamente perdurará, ya lo hizo) o Svevo (que no lo hará, ya ha sido olvidado). Con el testimonio que se reúne en Extrañando a Kissinger (título que hace pensar en Beckett), considero que Keret es un maestro del género en la actualidad. En relatos de una página o dos, el autor es capaz de confrontar tramas y hacerlas converger en un tema determinado. Sus personajes actúan guiados por una conciencia interna compleja, que sólo podemos intuir en base a la información que el narrador accede a darnos. En Extrañando a Kissinger aparece un ángel impostor que muere al caer empujado desde un quinto piso y es incapaz de volar. Aparece un limpiaombligos. Un mago que sin saber cómo explicárselo, saca de su sombrero un conejo decapitado y el cadáver de un bebé. Dos niños que buscan bajo tierra huevos de dinosaurio, para empollarlos y tener su dinosaurio personal para ir al colegio. Una novia que le pide a su amante el corazón de su madre como prueba de amor.
Algunos relatos están construidos con los recuerdos de una infancia demasiado lúcida, pero inocente. Algunos otros están construidos sobre temas muy actuales, como el conflicto árabe-israelí, pero desde la perspectiva más confusa de la conciencia. Y algunos son verdaderas obras maestras, como Buenas intenciones y Mi hermano está deprimido. El primero se adentra en las reflexiones de un asesino a sueldo, a quien se le pide matar a un premio Nobel de la paz que lo había salvado del infierno, cuando era niño. El otro trata sobre un conflicto personal narrado en primera persona, por el hermano de un estudiante frustrado.
Etgar Keret, nacido en Tel Aviv en 1967, ofrece, con Extrañando a Kissinger, una obra maestra del relato corto contemporáneo. Definitivamente no sé si perdurará o no. El placer de la literatura es fugaz, como los relatos de Keret, y él lo sabe. Sabe que ha caído del cielo y por eso la calidad de sus textos refleja el esfuerzo asiduo de la escritura.

Keret, Etgar (2006). Extrañando a Kissinger. Editorial sexto piso, México DF. Trad. de Ana María Bejarano.

martes, 17 de enero de 2012

dos poemas


1.

Quisiera poder atravesar el pecho con las uñas y sacar de mí esta enfermedad.
Arrojarla como una masa desastrosa sobre la página blanca.
Y decir: “Esto es todo lo que tengo por ofrecer”
“Esta página con la calamidad caótica de mi espíritu”.

2.

Espero la “poética resurrección de las cenizas”
Y los labios de ella.
Esta tarde sólo existe la música.
Imagen:

Hieronymus Bosch (El Bosco). La extracción de la piedra de locura. Siglo XV.

lunes, 9 de enero de 2012

Último viernes, Elena Salamanca


Los relatos reunidos en Último viernes de Elena Salamanca están construidos sobre un hecho real. Un momento con una terrible carga de realidad dentro un contexto que parece más bien surrealista. El resultado es la misma distorsión a la que apostaban los pintores expresionistas. Los tres primeros relatos, agrupados en la sección ‘Última época’ son eso: cuadros surrealistas que intensifican un detalle. El fragmento de una realidad visto con lupa. Un acontecimiento crucial, capaz de cambiar una vida. 
Los tres primeros relatos son también los mejor logrados técnicamente. Las digresiones narrativas y de puntos de vista agilizan el desarrollo de los acontecimientos. Hacen que los hechos sean conocidos dentro de un plano cerebral oscuro, intuitivo. En ellos, la distancia es crucial. La distancia que establecen los personajes respecto al mundo como un hecho trivial. Ajeno a sus conciencias.
El relato que titula el libro narra la situación de una mujer que vive en una pobreza extrema. Tan extrema que ha perdido su capacidad reproducirse. Es estéril, como la tierra del pueblo en el que vive. Su esposo la ha abandonado por emigrar hacia la capital. Uno logra observar a la muerte, tanto de la narradora como de la tierra sobre la que vende refrescos, mientras la visita un hombre en un carro negro y enorme que llega a presenciar la procesión del Santo Entierro. Ese ritual que celebra la muerte siempre los últimos viernes del mundo.
El segundo relato, Certezas de él, presenta a una mujer que peregrina por la insistencia de su pareja de un médico a otro. Tras una interminable serie de exámenes clínicos que no logran concluir nada, ella insistía en lo que tenía era un hombre. Una enfermedad que sólo fue capaz de curar ella misma en el plano idealizado del relato. 
Es agradable encontrar un buen libro de relatos por mero azar. Más si se trata de un libro de relatos como Último viernes: escrito con toda la fuerza y la energía de una juventud inconforme. Un libro escrito con esfuerzo y tiempo. 
Salamanca, Elena (2008). Último viernes. Concultura, San Salvador.