sábado, 26 de julio de 2008


Enciendo la luz. La apago. La sombra continúa.

No se escucha pero sé que ella está riendo. Revolcándose de la risa sin que sus movimientos excedan su contorno oscuro al verme así: con los ojos como tirados hacia atrás del cuerpo y la piel erizada mientras arrojo otra hoja del calendario al bote de basura. Una hoja grande con números gordos y azules. Se burla de mi absurdo intento de pasar página tras página repitiendo los mismos movimientos, las mismas letras cansadas, buscando respuestas a las mismas preguntas.

No hay forma de responder. Es imposible rebatir el lado pesimista de algo. Imagino la cantidad de oportunidades de distracción distinta existen al otro lado de la puerta que me separa del mundo. Voy a la cocina por una bebida caliente y con una sorda lentitud me preparo para ir a la cama, que aguarda inmóvil con las cenizas de sueños enjutos.

La pereza y la indiferencia aplastan la voz que sugiere levantarme de la cama e ir con alguien a tomar un café. Prefiero que la noche de este sábado sea el espejo de los anteriores y me duermo sabiendo que al día siguiente el periódico traerá noticias que antes eran impresionantes y hoy sólo forman una capa más en el bagazo de realidad que se apila y envejece junto a la lavadora.