lunes, 20 de julio de 2009

poema

viernes, 17 de julio de 2009

Bolaño


El pasado miércoles 15 de julio se cumplieron seis años de la muerte de Roberto Bolaño. Murió de insuficiencia hepática, y con él se llevó el final de 2666. Un proyecto literario sin precedentes que concibió para patrocinar la educación de su hijo Lautaro, cuando él faltara. Tal vez murió recordando a Mesmer, candidato de salvación al hipo de Vallejo en ‘Monsieur Pain’. O pensando en qué final darle a su novela.

A Bolaño lo leí casi al mismo tiempo que conocí a Piglia y a Auster. Escritores que marcan de una u otra forma, un cambio de rumbo en la obra de cualquier intento de escritor contemporáneo. Su muerte representa la consagración de su obra. Hasta ahora se mantiene como el referente generacional de los escritores actuales. El mito poético que los jóvenes contemporáneos buscan en la literatura, como Lima y Belano buscaron a Cesárea Tinajero en ‘Los detectives salvajes’.

Confesaba ser un ‘lector que escribe’. Lejano a la erudición (no por conocimiento, sino por actitud), los títulos que menciona son tomados como mensajes personales, como lecturas obligadas de alguien que tuvo el criterio de reafirmar y reconstruir un canon especialmente latinoamericano. Sobre todo porque sobre el ritmo vertiginoso que actualmente lleva la literatura, uno se ve impresionado por alguien que asumió su papel como escritor. Cuando le pidieron un consejo para los jóvenes que escribían, dijo: “les digo que ser escritor es una profesión”.



Bolaño fue un poeta real, capaz de soportarlo todo, como él mismo dijo en ‘Llamadas telefónicas’: “Un poeta puede soportarlo todo”. Uno no lo conoce, pero lo recuerda en sus obras. En sus entrevistas. Recuerda al joven miope robando libros en el DF o en Santiago. Recuerda, sobre todo, al autor de ‘Los perros románticos’, al amigo de Mario Santiago y admirador de Enrique Lihn. Al guardián misterioso del camping que retrató en ‘Los detectives salvajes’. Al Bolaño cuarentón o cincuentón que era el que salía en las entrevistas. A Arturo Belano, carteándose con Sensini, buscando los concursos vigentes para ganar unas monedas extras. A la hija de Sensini, tocando mojada la puerta del apartamento de Belano. Al poeta que estuvo solo, que escribió y que creció solo y que fue descubierto por Herralde e inmediatamente publicado y consagrado, ya en los últimos años de su vida.

lunes, 6 de julio de 2009

May


El lunes 29 de junio murió mi May. Le gustaba la comida grasosa: los chorizos, los tamales y que le tomaran fotos.

Había comprado mis entradas para el Ballet Clásico de Moscú el sábado 18. A las cinco de la tarde llamé a Ariel para contarle que no iría, pues ese día, minutos antes de que saliera de casa, mi May no pudo hablarme. Luego de que mi madre me dijera que fuera a su cuarto para ver cómo la escuchaba. Abrazado sobre su pecho le dije “qué pasa May, qué me querés decir” y ella se echó a llorar.

La llevamos al hospital y de regreso pasamos por un helado, que fue producto de su antojo (tal vez el último, nuestro último momento feliz). Parecía no tener nada y reímos mucho esa noche. Como a las nueve llegaron a casa mis Padrinos. Se le volvió a trabar la lengua, pero más levemente. El domingo me hizo mi almuerzo y llegué el lunes diciéndole que estaba delicioso, que qué le había dicho el doctor. Entonces me dijo: “Ahora sí me asusté”, y yo pensé que ya no pasaría nada si seguía su dieta y tomaba sus medicamentos, pero ese martes, 19, al salir del trabajo, mi madre me llamó contándome que la llevaba al hospital. Luego la llamé y estaba llorando. La llevamos a casa para tomarle una resonancia del cerebro. Esa noche durmió en casa y a la mañana siguiente llegó mi tía Leonor con tío Rony. Al verlos, volvió a llorar. La sacamos en ambulancia para las resonancias, y al llegar al hospital estaba peor. Mi May durmió fuera de casa la noche del miércoles, el jueves, el viernes, el sábado, el domingo y el lunes falleció a las cinco de la tarde, y cada día de su agonía fue también, en cierto punto, la agonía de nosotros. Sé que me escuchaba.

Fue imposible tratar de hacer un recuento de la gente que llegó al funeral y al entierro. Era mucha, familia en su mayoría. Mi May era el símbolo de unión de la familia Orellana. Nuestro vínculo (quizás el último) con familia que sólo ella conocía.

El siguiente texto no es un texto literario. No tiene pretensiones de serlo. Es sólo un tributo a una de las tres personas que más quiero en el mundo.



***




No sé si vos sospechaste alguna vez lo importante que fuiste para todos. Si supiste cuánto te quería. Te escribo por los que quedamos.


Te escribo por mí. Porque ahora vivimos con tu verde atravesando la garganta, con un puchero escondido que tu recuerdo cifra como una luz más clara que tus ojos.


Te extrañamos tanto que donde sea que estés, nos gusta pensar que estás bien, y que podés ver, descubrirnos como somos cada día que nos levantamos sin vos. Sin darte los buenos días. Sin preguntarte qué tal pasaste. Sin apretarte las rodillas ni besarte la frente. Nos gusta pensar que nos estás viendo cuando rezamos por tu alma. Cuando acompañamos con toda la familia a despedir tus restos.


La patria se nos está cayendo May, bajo tu mirada premonitoria. Y es que desde que te fuiste no ha dejado de llover. Imaginate cómo estamos sin poder volver a ver tus grandes ojos grises o verdes.


Si he de ser feliz, te lo debo a vos; como te debo a vos lo que hiciste de mí durante 21 años de maternidad consolidada. Lo que sea que haga en mi vida, o en la vida de los otros, lo haré con tu mirada sobre mi espalda, pensando que estarás ahí, sintiéndote orgullosa o avergonzada. Sintiendo que el invierno del mundo perdurará, que el planeta será cada día más gris, pero que vos, May, ahí estarás en lo quede de verde. En lo que quede de vida en esta vida. Ahí estarás. Y por eso he de seguir siendo. Porque todo lo que me diste, todo lo que nos diste no se paga ni con una vida consumada. Por vos May, Gracias.