viernes, 17 de julio de 2009

Bolaño


El pasado miércoles 15 de julio se cumplieron seis años de la muerte de Roberto Bolaño. Murió de insuficiencia hepática, y con él se llevó el final de 2666. Un proyecto literario sin precedentes que concibió para patrocinar la educación de su hijo Lautaro, cuando él faltara. Tal vez murió recordando a Mesmer, candidato de salvación al hipo de Vallejo en ‘Monsieur Pain’. O pensando en qué final darle a su novela.

A Bolaño lo leí casi al mismo tiempo que conocí a Piglia y a Auster. Escritores que marcan de una u otra forma, un cambio de rumbo en la obra de cualquier intento de escritor contemporáneo. Su muerte representa la consagración de su obra. Hasta ahora se mantiene como el referente generacional de los escritores actuales. El mito poético que los jóvenes contemporáneos buscan en la literatura, como Lima y Belano buscaron a Cesárea Tinajero en ‘Los detectives salvajes’.

Confesaba ser un ‘lector que escribe’. Lejano a la erudición (no por conocimiento, sino por actitud), los títulos que menciona son tomados como mensajes personales, como lecturas obligadas de alguien que tuvo el criterio de reafirmar y reconstruir un canon especialmente latinoamericano. Sobre todo porque sobre el ritmo vertiginoso que actualmente lleva la literatura, uno se ve impresionado por alguien que asumió su papel como escritor. Cuando le pidieron un consejo para los jóvenes que escribían, dijo: “les digo que ser escritor es una profesión”.



Bolaño fue un poeta real, capaz de soportarlo todo, como él mismo dijo en ‘Llamadas telefónicas’: “Un poeta puede soportarlo todo”. Uno no lo conoce, pero lo recuerda en sus obras. En sus entrevistas. Recuerda al joven miope robando libros en el DF o en Santiago. Recuerda, sobre todo, al autor de ‘Los perros románticos’, al amigo de Mario Santiago y admirador de Enrique Lihn. Al guardián misterioso del camping que retrató en ‘Los detectives salvajes’. Al Bolaño cuarentón o cincuentón que era el que salía en las entrevistas. A Arturo Belano, carteándose con Sensini, buscando los concursos vigentes para ganar unas monedas extras. A la hija de Sensini, tocando mojada la puerta del apartamento de Belano. Al poeta que estuvo solo, que escribió y que creció solo y que fue descubierto por Herralde e inmediatamente publicado y consagrado, ya en los últimos años de su vida.

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