Recuerdo o imagino
a Leopoldo María Panero sentado sobre la lluvia
O sobre un corcel
de plata. Seguramente en un sueño.
Disparando contra la
cordura y los milagros.
Esa vez, Panero me
pregunta si sé qué es la verdad. Le
Respondo que las
únicas verdades que existen
Son la certeza del
pensamiento y la muerte.
Te daré una lección
sobre la verdad, me dice. Y atravesamos
Un espacio plano
con un poco de llano crecido sobre el manto del suelo.
En el fondo no
pienso en ninguna cosa.
Sólo veo las patas
del caballo machucar la yerba
Y atravesar como
una bala el campo ancho y grande.
Luego entramos a
una casa con un jardín lleno de esculturas.
En el centro hay un
tigre precolombino.
Es enorme. Nos bajamos del caballo justo enfrente de él
Y Panero saca un
revólver de su saco. Luego apunta contra el tigre
Y comienza a
disparar como un verdadero poeta.
Como un poeta que
no es ni español, ni francés ni norteamericano.
Un poeta
simplemente, nacido entre las convulsiones de un mundo
Que sufre un paro
cardiaco. Los disparos se estrellan en la roca
Y hacen agujeros
enormes. Como si fueran pequeños misiles de artillería.
Entramos a la casa
que en realidad es una cueva con una mesa
En medio de la
sala. Sin espacio para sentarse.
Tengo miedo de
hablar, él se sirve un vaso de Coca cola.
“Debo irme ahora”,
logro decirle. Él no responde
Yo salgo corriendo.
Cruzo la puerta que da al jardín confuso
Donde ya no existe ningún
tigre. En su lugar hay un bulto de ripio
y de piedras hechas
pedazos.
(Tampoco tú existes
en el jardín).
Me arrodillo a
buscar entre los escombros
y descubro mi rostro entre las piedras.
Imagen: Leopoldo María Panero
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