La vocación de quedarse contra la
de irse. La vocación de estar cerca y sentirse otro. De temer al extraño que
existe cuando se está solo: la conciencia del otro. Ese que no conocemos. El
que tenemos la oportunidad de crear en los sitios donde nadie nos conoce. Cuando
la geografía más cercana desaparece y sólo queda el fondo: lo que no se puede
ver sino a través de una lectura en rayos X de la presencia. El afán por la
permanencia de un personaje que no pertenece a ningún sitio. El influjo de un
espacio gris que respira la miseria de los días solitarios en lugares
desconocidos.
Radiografías de René Morales Hernández es el retrato de un viajero
fragmentado en los sitios. Un libro de terror e insomnio: está plagado de bestias
sibilantes o una sola. Un solo animal endémico que desfallece en su ira, en su
impotencia, en su angustia. En la derrota de la furia a manos de la ciudad que
no duerme. Es el retrato del lado
doloroso y oscuro de lugares tan difusos como el imaginario mismo. La debacle
del mundo a través de la contemplación de las horas amargas de las madrugadas
de ciudades sin fe. La respiración jadeante de las calles cuando el habitante
de la noche comienza a arrepentirse de sus debilidades.
Hay la cordura de un grito
desesperado. La plegaria de un alma que cae hacia el vacío mientras se da
cuenta de que nadie la escucha. El poeta camina por las estaciones del metro,
espera en las paradas de bus, en los parques, los aeropuertos, las barriadas
marginales. Siempre con valor. Sin esperanza.
René Morales Hernández (2010). Radiografías. catafixia editorial. colección latina.
Imagen: Revista Luna Park
Imagen: Revista Luna Park
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