martes, 24 de febrero de 2009

Un buen viento derribaría esos árboles



Edward Munch, "Mujer en la ribera del río"

El reflejo del sol sobre el mar hacía que sus ojos se vieran más claros. No supe nunca si en realidad eran verdes o amarillos. No fumaba, pero encendió un cigarro con una tos violenta. –Un buen viento derribaría esos árboles–, dijo. Me di cuenta que no existía nada que impidiera que eso sucediera. Aunque no me importó mucho. Le pregunté que cuánto tiempo llevaba viviendo en la isla. Me vio a los ojos, como si quisiera hacer énfasis en la seriedad de su respuesta: –vi una vez cómo un árbol cayó sobre un carro, toda la gente gritaba bajo la lluvia, pero el piloto no murió–. Dejó de verme y fumó con mucha propiedad. –No recuerdo, fue hace mucho que vine–. Pensé que era difícil encontrar en el escaso mundo de conocidos alguien con esos ojos. –En realidad recuerdo, pero no quiero decirte. Fue hace mucho. Sería tonto que no recordara–.
Entonces yo me hubiera abalanzado sobre ella para abrazarla, y para sentir mi peso contra el suyo en la arena. En vez de eso pregunté por qué los libros eran tan baratos allí y me volvió a ver a los ojos, como haciéndome sentir lo tonto que era para desviar una conversación. Una imagen que por un momento se puso frente a los dos. Un pequeño sueño. El sol sobre el mar daba un color extraño a sus ojos.

1 comentario:

Prado dijo...

Conocí a una mujer así. Y viví con ella cuatro años. Ella se quedó en la isla. Yo soy de la mar.