miércoles, 4 de febrero de 2009



Un susurro. Una noche blanca, del mismo color del cadáver del centro de la sala. Sí. Un cadáver blanco en el centro de la sala. Como recién maquillado. Como recién inventado por una imaginación carente del sentido del fracaso. Todos voltean. Todos saben que no existe, y sin embargo ahí esta, acompañando las copas que se chocan entre risas estúpidas e historias de ese bar oscuro. La invención del cerebro de un niño temeroso de la muerte.

Todo sucede en la orilla de la mitad de la noche. Lam pega un jalón al cigarro y dice que se refugiará entre los libros. Entre las películas y los libros para no verla. La música deja poco espacio a la conversación. Una señora gorda baila con un joven borracho que despertará al día siguiente muy arrepentido. Lam confiesa que se gastó su indemnización en comprar libros nuevos de Bolaño y de Pessoa. Preguntan qué leo. Poco, como siempre. Faulkner, los diarios de Kafka, una obra perdida de Flaubert. El último libro que Flaubert dejó inconcluso. Zam se para en la mesa. Las señoras que están en la barra voltean a ver sólo un momento, y siguen bebiendo. Comienza a decir de memoria un poema de Mallarmé. Yo pienso que esa imagen ya se ha repetido varias veces. Los detectives, Los perros románticos, ambos libros de Bolaño. Un tipo del tamaño de una pared nos pide que nos vayamos. Pagamos la cuenta y salimos del bar, como tres hombres borrachos que no esperan nada de su vida. Alguien dijo que fuéramos a otro lado y vamos, compramos más cerveza (aún más cerveza) para continuar hablando de lo bueno que es Bukowski cuando uno está sentimentalmente alterado. Me fijo en los pies de la una chica que camina con sus amigos al otro lado de la calle. El acompañante se me queda viendo furioso y se aproxima a mí. Los tres estamos borrachísimos, esperando como espartanos fracasados a que los tipos lleguen. Esperando a que un guardaespaldas nos apunte al pecho sin que nos inmutemos. Esperamos la oportunidad para reírnos de la muerte.

Encontramos el cadáver de nuevo. Frente a nosotros un hombre muerto comienza a llenarse de hormigas. Alguien vomita. Yo le ofrezco mi hombro para que no se desplome sobre el muerto. Enciendo un cigarro. Seguimos caminando.

2 comentarios:

Prado dijo...

Si yo fuera gerente del INGUAT, usaría este texto en los trifoliares que promueven Guatemala. Me gusta tu estilo, muchacho. Nos vemos.

Carlos Gerardo dijo...

Gracias por la lectura y el comentario. Buena onda. Te sigo leyendo, hasta pronto.