Llegamos al amanecer a aquel pueblo deshabitado.
El lugar mordía sus calles. Sus caminos
manaban gotas de sangre triste y espesa.
No había hombres ni dioses. Sólo el fuego
extinto con el que todo había muerto.
Estábamos en la mitad de nuestras vidas y supimos
que entonces no era el momento para desnudarnos
y coger bajo el cielo débil. Los fantasmas
hubieran muerto de miedo
de verla llorar mientras hacía el amor.
Ahora no hay fantasmas, sino réplicas de un rostro
a través de aguas confusas
y el pasado amenaza con llegar, como una serpiente.
Hicimos de aquel lugar nuestra casa
habitamos las ruinas
el dolor de las paredes desplomándose
sobre el suelo sin hombres.
A veces el pasado arrastra palabras ajenas
de quienes no fuimos.
2 comentarios:
Carlos, excelente escrito, te inspiraste, me encantó.
Narcy, muchas gracias por tu visita. Y por tu comentario. Un abrazo.
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