lunes, 17 de agosto de 2009

Regreso

Recorro de nuevo la carretera que lleva a El Jícaro. Por primera vez significa tanto para mí un cementerio, una rosario, una cruz de madera, un ramo de flores. La tierra es caliente, árida; el bosque seco y espinoso. Pude ver cambiar la entrada al pueblo desde que fui niño. Recuerdo que para entrar, había que esperar la canoa de Miguel, que hacía viajes cortos de una a otra rivera como pasando el Aqueronte no del infierno, sino de un paraíso con clima infernal. Recordé Comala.

Las calles hirvientes fueron las mismas que me vieron ir a la escuela por primera vez. Las que me vieron caminar hacia la iglesia de la mano de mi abuela, y las que volvieron a verme caminar hacia la misma iglesia, cargando su féretro.

Allá no nacen flores –al menos, no de las que pone la gente frente a las tumbas–. Para llorar y adornar a sus muertos, la gente hace flores de papel y complementa los arreglos con hojas de limonario, un arbusto que siempre es verde. Llegamos media mañana y no pasamos a la casa, sino a la tumba. Allá nos esperaba ella, aunque debo admitir que estaba más bien confundido y triste porque su ausencia era más cercana en el lugar donde me despedí de su caja.

Llevamos flores del mercado de Mixco. En un acto mecánico, desespinamos las rosas, las pusimos en la jardinera y las regamos con el agua que llevábamos (tampoco había agua). A ella siempre le gustó diferenciarse de las personas por una ventaja. Un adorno que saliera de lo común. Le gustaba que la gente preguntara por su origen y sus nietos. Cuando llegó a El Jícaro por penúltima vez lo hizo con un sombrero de paseo y lentes oscuros, para Semana Santa. La última vez regresó de forma definitiva en el carro de una funeraria.

Cuando salí de mi pueblo para estudiar en Guatemala en el Subaru viejo de mi padre, lo hice con la certeza de que un día regresaría. Hoy la he perdido, me da miedo pensar que sólo podré regresar vestido de madera, o quizá ni así.

A donde sea que vaya, perteneceré a El Jícaro. Ahora estoy convencido de que esa es una de las pocas certezas que puedo tener respecto a mi futuro. La otra es la certeza de mi muerte. La Diega, que me cargó y me crió cuando era menos que niño (me criaron muchas mujeres) me preguntó cuándo regresaría “de una vez”. Entonces sentí el miedo que se siente al pensar en el propio funeral. “Ay Diega, no sé”, respondí, y la abracé para despedirme.

2 comentarios:

Tri'x No'j dijo...

Viejo, te comprendo... Hoy me tocó vivir un rato dentro de un lugar que pensé sería muy similar al último én el que podría estar mi cuerpo entero, pero sin vida...

Pienso mucho en la muerte, pero esta vez fue diferente...

Saludos a May donde quiera que se encuetre sonriéndote...

Órale...

Carlos Gerardo dijo...

Andrés, muchas gracias por tus palabras, y tu lectura. Le daré tus saludos. :)