[Prólogo al libro Reminiscencias de Carmen Tocay]
Carlos Gerardo
Raras veces nos preguntamos de quién es la memoria.
Reminiscencias, de Carmen Tocay, es un libro escrito desde la angustia de una memoria que se deteriora. El relato se revela como una trinchera: primera línea de defensa contra el olvido. “El tiempo me disipa”, afirma la narradora con un tono ambivalente entre la tranquilidad y la resignación. La memoria como una realidad vulnerable revive aquella vieja paradoja platónica sobre la escritura: ¿es el veneno o el remedio de la memoria?
El libro está organizado en cuatro partes: Recuerdos del olvido, Otras vidas, Confinamiento y Desamores. De las cuatro, son las primeras dos en las que la autora mejor consigue el efecto de inquietud epifánica de los microrrelatos. El estilo hace una mezcla entre los recursos este género, pero también incluye recursos emparentados con la máxima, el aforismo y el palimpsesto. En ocasiones, cierra con líneas no del todo conclusivas que provocan una sensación de inquietud, que está a penas por salir del corral farragoso de la incertidumbre. El lector o la lectora, entonces, descubre la posibilidad de quedarse encerrado para siempre, cercado ante la amenaza de la incomprensión a menos que descubra la astucia de una alegoría. Otros, por su parte, nos acercan a una realidad profundamente dolorosa en la que es la propia memoria deteriorada la que no es comprendida. Estos textos calan profundamente en tanto que encienden una alerta próxima: el común destino de la memoria y la imaginación es ser olvidados. Y no hay una organización para el olvido. No somos nosotros los dueños de la decisión sobre lo que olvidamos.
Muchos de los microrrelatos de Recuerdos del olvido logran retratar, de una manera demasiado precisa, la angustia de una memoria que se desmorona poco a poco, día con día, año con año. Tal es el caso del cuento Autorretrato del olvido. En este sentido, el título del libro representa un acierto deslumbrante: reminiscencia como el acto que parte de una huella, que requiere de un tiempo para desarmar el tiempo y encontrar el pasado como un milagro.
Los cuentos de la sección titulada Otras vidas juegan con la posibilidad de la memoria después de la muerte para artistas de otras épocas: Ludwig van Beethoven, Edgar Allan Poe, Vincent van Gogh… y a propósito de la mención de Beethoven, hay que decir algo de la intensidad sonora de los microrrelatos del libro, pues en muchos, la música que acompaña la narración se vuelve un elemento determinante del sentido de los textos. Una restricción propia del género es que no admite palabras sobrantes; de ahí que la mención de determinados tonos o compositores aluda específicamente a estados de ánimo u acontecimientos relevantes incluso para dar sentido a la obra.
La sección titulada Confinamiento obedece, según sospecho, a la necesidad de la autora de dar cuenta de un momento presente. Un contexto en el que la memoria es el encierro, pero también la puerta de escape a otras historias y otras vidas. La sección titulada Desamores nos transporta a un universo en el que la memoria se convierte en la materia primigenia de los procesos de duelo y desamor.
El libro de Carmen Tocay es una exploración muy entusiasta por el género del microrrelato que nos enfrenta ante el destino común de la memoria y la imaginación: un destino solo equiparable con la muerte, con la huella que se ha borrado y que por tanto, deja de ser huella. Muchos de sus textos nos recuerdan que la memoria también puede ser una cárcel de barrotes difusos; y no sabemos si los barrotes son olvido o son recuerdo. La autora se nos presenta con una confianza ya ganada –una confianza que solo puede proceder del auténtico amor por la literatura–, y con una primera obra para que el lector o la lectora descubran el interés por su promesa. Porque toda primera obra es un compromiso en el que se juega uno la vida. En algún momento, Agustín hizo referencia a los “palacios de la memoria”; hoy que tengo el honor de prologar esta obra, solo espero que disfruten de estos viajes hacia esos palacios, en visitas breves. Memorias que, en su brevedad, nos dejan la sensación de disgregarse en el aire, como estrellas fugaces.