sábado, 14 de enero de 2023

Una trinchera de sal para la memoria que se va

[Prólogo al libro Reminiscencias de Carmen Tocay]

Carlos Gerardo

Raras veces nos preguntamos de quién es la memoria. 

Reminiscencias, de Carmen Tocay, es un libro escrito desde la angustia de una memoria que se deteriora. El relato se revela como una trinchera: primera línea de defensa contra el olvido. “El tiempo me disipa”, afirma la narradora con un tono ambivalente entre la tranquilidad y la resignación. La memoria como una realidad vulnerable revive aquella vieja paradoja platónica sobre la escritura: ¿es el veneno o el remedio de la memoria? 

El libro está organizado en cuatro partes: Recuerdos del olvido, Otras vidasConfinamiento Desamores. De las cuatro, son las primeras dos en las que la autora mejor consigue el efecto de inquietud epifánica de los microrrelatos. El estilo hace una mezcla entre los recursos este género, pero también incluye recursos emparentados con la máxima, el aforismo y el palimpsesto. En ocasiones, cierra con líneas no del todo conclusivas que provocan una sensación de inquietud, que está a penas por salir del corral farragoso de la incertidumbre. El lector o la lectora, entonces, descubre la posibilidad de quedarse encerrado para siempre, cercado ante la amenaza de la incomprensión a menos que descubra la astucia de una alegoría. Otros, por su parte, nos acercan a una realidad profundamente dolorosa en la que es la propia memoria deteriorada la que no es comprendida. Estos textos calan profundamente en tanto que encienden una alerta próxima: el común destino de la memoria y la imaginación es ser olvidados. Y no hay una organización para el olvido. No somos nosotros los dueños de la decisión sobre lo que olvidamos. 

Muchos de los microrrelatos de Recuerdos del olvido logran retratar, de una manera demasiado precisa, la angustia de una memoria que se desmorona poco a poco, día con día, año con año. Tal es el caso del cuento Autorretrato del olvido. En este sentido, el título del libro representa un acierto deslumbrante: reminiscencia como el acto que parte de una huella, que requiere de un tiempo para desarmar el tiempo y encontrar el pasado como un milagro.  

Los cuentos de la sección titulada Otras vidas juegan con la posibilidad de la memoria después de la muerte para artistas de otras épocas: Ludwig van Beethoven, Edgar Allan Poe, Vincent van Gogh… y a propósito de la mención de Beethoven, hay que decir algo de la intensidad sonora de los microrrelatos del libro, pues en muchos, la música que acompaña la narración se vuelve un elemento determinante del sentido de los textos. Una restricción propia del género es que no admite palabras sobrantes; de ahí que la mención de determinados tonos o compositores aluda específicamente a estados de ánimo u acontecimientos relevantes incluso para dar sentido a la obra. 

La sección titulada Confinamiento obedece, según sospecho, a la necesidad de la autora de dar cuenta de un momento presente. Un contexto en el que la memoria es el encierro, pero también la puerta de escape a otras historias y otras vidas. La sección titulada Desamores nos transporta a un universo en el que la memoria se convierte en la materia primigenia de los procesos de duelo y desamor. 

El libro de Carmen Tocay es una exploración muy entusiasta por el género del microrrelato que nos enfrenta ante el destino común de la memoria y la imaginación: un destino solo equiparable con la muerte, con la huella que se ha borrado y que por tanto, deja de ser huella. Muchos de sus textos nos recuerdan que la memoria también puede ser una cárcel de barrotes difusos; y no sabemos si los barrotes son olvido o son recuerdo. La autora se nos presenta con una confianza ya ganada –una confianza que solo puede proceder del auténtico amor por la literatura–, y con una primera obra para que el lector o la lectora descubran el interés por su promesa. Porque toda primera obra es un compromiso en el que se juega uno la vida. En algún momento, Agustín hizo referencia a los “palacios de la memoria”; hoy que tengo el honor de prologar esta obra, solo espero que disfruten de estos viajes hacia esos palacios, en visitas breves. Memorias que, en su brevedad, nos dejan la sensación de disgregarse en el aire, como estrellas fugaces. 

sábado, 7 de enero de 2023

Escribir como la espuma: Combustión espontánea de Javier Flores

 


[Prólogo al poemario publicado por Sión en 2022]

¿Cuándo ocurre el poema? 

A lo mejor en el momento en que se activa la imaginación de quien lo escribe. También es posible que ocurra en el momento en que alguien lo lee. Quizás ocurra en el secreto que olvidamos del sueño, y luchamos por recordar hasta que el poema nos lo revela. A lo mejor –nos sugiere Javier– el poema ocurra en la danza de la espuma en las playas, ahí donde está ocurriendo siempre. Quien escribe hace suya la labor de la arena, y deja que el más leve gesto, el más minúsculo movimiento del mundo, escriba sobre ella. 

Los poemas de Combustión espontánea se presentan con una voz que surge de la mesura. Desde la paciencia lúcida de quien «está escuchando siempre», con el oído atento al lenguaje. La primera parte del libro, Tempestades, nos encuentra con un conjunto de poemas sobre la escritura misma, sobre la actitud del poeta frente al lenguaje. Es una aproximación a este inexplicable proceso que hace que un gesto se convierta en poema. 

Muchos textos dan noticia de la desesperanza ante la incertidumbre. Los poemas de la segunda parte del libro, Un cielo en llamas, nos confrontan ante la aridez del panorama que enfrenta la poesía en el presente. Se lee con tristeza sobre la falta de posibilidades, la agonía de los sueños. En ese sentido, contrasta el tono siempre tranquilo de la enunciación con las características de los tiempos que los poemas describen. El poema se sostiene con dignidad en la inmediatez, la violencia y el tablayeso de los cubículos del call center.  No cede. Encuentra su fortaleza en la quietud y la sobriedad. 

La tercera parte del poemario, Parpadeos frente al abismo, reúne un conjunto de poemas que dan noticia de un proceso de maduración. El desdén y la dignidad con que el joven poeta se separa de las ceremonias de la juventud, y se abre a la vida en los pequeños gozos de la madurez. Muchos de estos poemas están escritos desde la intimidad. Muchos hablan de amor. Un amor que es capaz de salvar al mundo, desde la perspectiva planteada por el poeta que es capaz de verlo a los ojos y nombrarlo con honestidad y corazón. La última parte del libro de alguna manera retoma muchos de los temas anteriores, desde una reflexión sobre la identidad y la nostalgia por un pasado adolescente que va perdiéndose. 

 

«Escribir es un oficio de personas solitarias/que observan a otras personas solitarias», nos dice en uno de sus poemas. Y me pregunto si no será la soledad uno de los símbolos más angustiantes de nuestro tiempo. 

Como epígrafe, Javier ha colocado un fragmento de El guardador de rebaños, el único libro concluido de Alberto Caeiro, que nos remite a aquella poesía bucólica, que surge de la contemplación sosegada de un cuerpo tendido sobre el campo, mientras el rebaño de ovejas pasta. Esta referencia, me parece, dialoga con uno de los versos del libro: «A veces pienso que nací/con la disposición de cuidar/las palabras». Javier escribe como quien espera que un árbol crezca, como quien lo mira día con día, y se contenta con cada nuevo brote, con cada nueva promesa de verdor. 

Combustión espontánea de Javier Flores nos recuerda ese ejercicio de buceo –aunque no hayamos buceado nunca– en lo cotidiano. Hay muchos poemas que están muy cerca del ejercicio de la contemplación y la meditación. También surge de una ruta de lecturas definida. Identifico, por ejemplo, un precedente en la poesía de Vania Vargas, pero también veo un ejercicio de lectura de otros poetas como Gabriel Woltke, Marco Antonio Flores, Otto René Castillo… incluso se observan juegos de intertextualidad con Ida Vitale y Pound, a quienes también cita en los epígrafes. 

Sobre todo, se trata, me parece, de un primer texto de madurez.

Javier es un poeta joven, y agradezco la confianza que ha tenido para que escriba este prólogo porque es una invitación para conversar.  Me parece que pertenece a una generación que ha estado a la deriva de muchas cosas: la icertidumbre, la esperanza, los proyectos políticos en la posmodernidad precaria de nuestros países, la tormenta cotidiana de las redes sociales, el vórtice infinito de las opiniones. Por eso, me agrada la acción de nombrarse desde la ternura, ausente como tema en mucha de la poesía que de las últimas décadas en Guatemala. Un gesto de ternura es también un gesto de esperanza en la realidad en que vivimos. Percibo con este libro los indicios de un cambio generacional, con poemas que reconocen la agencia en la vulnerabilidad y en los gestos cotidianos del amor. Además de celebrar su valentía, me parece algo necesario para comenzar a pensarnos personas, antes de pensarnos poetas; y para incinerar los sueños narcisistas con que la modernidad revistió el oficio de la escritura.

Junto con Javier, veo un buen grupo de poetas y artistas jóvenes sin miedo a sostener diálogos desde la horizontalidad. No los nombro porque estoy seguro de que no les conozco lo suficiente, pero el hecho de que estén ahí, confiando en la poesía, llena mi corazón de esperanza. Antes que hablar del ideal de ser escritor o poeta, creo que Javier escribe con un profundo sentido de pertenencia a un grupo de personas: desde la honestidad y la comunidad. Escribe desde la convivencia fraterna y desde la complicidad de lo íntimo. Porque solo desde ahí, solo desde esos espacios es posible resistir contra la violenta dictadura del presente y su prisa. Porque también ahí ocurre el poema. Porque también ahí –y sobre todo ahí– está ocurriendo siempre.

Retomar el blogs

Hace once años que dejé de alimentar este blog. Me parece que la decisión coincide temporalmente con el debilitamiento de los blogs como práctica cultural casi generalizada en el campo literario. Era alegre leernos por aquí, estar pendientes, seguirnos, comentarnos, conocernos, ir dejando registros de nuestros gustos, nuestras lecturas. 

Voy a ir publicando en este espacio algunos escritos sobre libros que he comentado, prologado o presentado. Es un gesto mínimo de gratitud, me parece, con las autoras y los autores que han confiado en  mi lectura.

No creo retomar la práctica del blog personal, ahora que han sido desplazados casi en su totalidad por las redes sociales. Sin embargo, es un gesto poético el de habitar la memoria. Así que dejé intactos los ejercicios de infancia o adolescencia poética literaria que datan de un periodo comprendido entre 2008 y 2012.