Bolaño ya había escrito y conversado sobre lo absurdo de la
esperanza de perdurar cuando se habla de literatura. Las intenciones de hacerlo
deben morir, junto con otras regiones del ego, cuando se pretende ser escritor.
Esta muerte del amor propio, o digámoslo mejor: del amor por la obra propia, es
el primer momento de la génesis poética para Bloom, quien decía que si la
tradición literaria universal representa un paraíso, el poeta debe de caer del
cielo y descender hacia el infierno. Pero sobre todo, debe darse cuenta de que
está en el infierno, y tratar de superar a Satanás.
Pensé todo eso a raíz de que en la contratapa de Extrañando a Kissinger, el comentarista
afirma que “Etgar Keret promete ser uno de esos escritores entrañables que
perdurarán a lo largo de los tiempos”. Hacer una afirmación de este tipo es
jugar con fuego, pero no jugar con carteritas de fósforos o juegos artificiales,
sino jugar con lanzallamas con el piso cubierto de gasolina. Lo que más escalofríos
da es eso de ‘a lo largo de los tiempos’.
A pesar de este comentario, el texto, que es el primero que
leo de Keret, es admirable. La construcción de sus relatos no deja espacio para
la meditación sobre su trama. Las acciones se construyen en el cerebro del
lector sin ninguna reflexión, y son contundentes. No dejan espacio para pensar
sino cuando el relato ha terminado. Su primer afán es sorprender, confundir,
poner a pensar. Y lo logra de forma magistral. Luego, de esa masa caótica que
espera ser comprendida en la memoria inmediata, comienzan a salir imágenes violentas y
aterradoras.
Keret pone a la luz, de frente, sin ninguna barrera, las
confrontaciones morales. Confrontaciones de las que sin importar quién gane,
siempre pierde la dignidad. Cuya desvalorización es una constante en el
transcurso de la historia reciente.
La reducción del relato no es un asunto nuevo. De hecho,
podríamos pensar en autores como Kafka (que definitivamente perdurará, ya lo
hizo) o Svevo (que no lo hará, ya ha sido olvidado). Con el testimonio que se
reúne en Extrañando a Kissinger (título
que hace pensar en Beckett), considero que Keret es un maestro del género en la
actualidad. En relatos de una página o dos, el autor es capaz de confrontar
tramas y hacerlas converger en un tema determinado. Sus personajes actúan
guiados por una conciencia interna compleja, que sólo podemos intuir en base a
la información que el narrador accede a darnos. En Extrañando a Kissinger aparece un ángel impostor que muere al caer
empujado desde un quinto piso y es incapaz de volar. Aparece un limpiaombligos.
Un mago que sin saber cómo explicárselo, saca de su sombrero un conejo
decapitado y el cadáver de un bebé. Dos niños que buscan bajo tierra huevos de
dinosaurio, para empollarlos y tener su dinosaurio personal para ir al colegio.
Una novia que le pide a su amante el corazón de su madre como prueba de amor.
Algunos relatos están construidos con los recuerdos de una
infancia demasiado lúcida, pero inocente. Algunos otros están construidos sobre
temas muy actuales, como el conflicto árabe-israelí, pero desde la perspectiva
más confusa de la conciencia. Y algunos son verdaderas obras maestras, como Buenas intenciones y Mi hermano está deprimido. El primero se
adentra en las reflexiones de un asesino a sueldo, a quien se le pide matar a
un premio Nobel de la paz que lo había salvado del infierno, cuando era niño.
El otro trata sobre un conflicto personal narrado en primera persona, por el
hermano de un estudiante frustrado.
Etgar Keret, nacido en Tel Aviv en 1967, ofrece, con Extrañando a Kissinger, una obra maestra
del relato corto contemporáneo. Definitivamente no sé si perdurará o no. El
placer de la literatura es fugaz, como los relatos de Keret, y él lo sabe. Sabe
que ha caído del cielo y por eso la calidad de sus textos refleja el esfuerzo
asiduo de la escritura.
Keret, Etgar (2006). Extrañando a Kissinger. Editorial sexto piso, México DF. Trad. de Ana María Bejarano.