sábado, 7 de enero de 2023

Escribir como la espuma: Combustión espontánea de Javier Flores

 


[Prólogo al poemario publicado por Sión en 2022]

¿Cuándo ocurre el poema? 

A lo mejor en el momento en que se activa la imaginación de quien lo escribe. También es posible que ocurra en el momento en que alguien lo lee. Quizás ocurra en el secreto que olvidamos del sueño, y luchamos por recordar hasta que el poema nos lo revela. A lo mejor –nos sugiere Javier– el poema ocurra en la danza de la espuma en las playas, ahí donde está ocurriendo siempre. Quien escribe hace suya la labor de la arena, y deja que el más leve gesto, el más minúsculo movimiento del mundo, escriba sobre ella. 

Los poemas de Combustión espontánea se presentan con una voz que surge de la mesura. Desde la paciencia lúcida de quien «está escuchando siempre», con el oído atento al lenguaje. La primera parte del libro, Tempestades, nos encuentra con un conjunto de poemas sobre la escritura misma, sobre la actitud del poeta frente al lenguaje. Es una aproximación a este inexplicable proceso que hace que un gesto se convierta en poema. 

Muchos textos dan noticia de la desesperanza ante la incertidumbre. Los poemas de la segunda parte del libro, Un cielo en llamas, nos confrontan ante la aridez del panorama que enfrenta la poesía en el presente. Se lee con tristeza sobre la falta de posibilidades, la agonía de los sueños. En ese sentido, contrasta el tono siempre tranquilo de la enunciación con las características de los tiempos que los poemas describen. El poema se sostiene con dignidad en la inmediatez, la violencia y el tablayeso de los cubículos del call center.  No cede. Encuentra su fortaleza en la quietud y la sobriedad. 

La tercera parte del poemario, Parpadeos frente al abismo, reúne un conjunto de poemas que dan noticia de un proceso de maduración. El desdén y la dignidad con que el joven poeta se separa de las ceremonias de la juventud, y se abre a la vida en los pequeños gozos de la madurez. Muchos de estos poemas están escritos desde la intimidad. Muchos hablan de amor. Un amor que es capaz de salvar al mundo, desde la perspectiva planteada por el poeta que es capaz de verlo a los ojos y nombrarlo con honestidad y corazón. La última parte del libro de alguna manera retoma muchos de los temas anteriores, desde una reflexión sobre la identidad y la nostalgia por un pasado adolescente que va perdiéndose. 

 

«Escribir es un oficio de personas solitarias/que observan a otras personas solitarias», nos dice en uno de sus poemas. Y me pregunto si no será la soledad uno de los símbolos más angustiantes de nuestro tiempo. 

Como epígrafe, Javier ha colocado un fragmento de El guardador de rebaños, el único libro concluido de Alberto Caeiro, que nos remite a aquella poesía bucólica, que surge de la contemplación sosegada de un cuerpo tendido sobre el campo, mientras el rebaño de ovejas pasta. Esta referencia, me parece, dialoga con uno de los versos del libro: «A veces pienso que nací/con la disposición de cuidar/las palabras». Javier escribe como quien espera que un árbol crezca, como quien lo mira día con día, y se contenta con cada nuevo brote, con cada nueva promesa de verdor. 

Combustión espontánea de Javier Flores nos recuerda ese ejercicio de buceo –aunque no hayamos buceado nunca– en lo cotidiano. Hay muchos poemas que están muy cerca del ejercicio de la contemplación y la meditación. También surge de una ruta de lecturas definida. Identifico, por ejemplo, un precedente en la poesía de Vania Vargas, pero también veo un ejercicio de lectura de otros poetas como Gabriel Woltke, Marco Antonio Flores, Otto René Castillo… incluso se observan juegos de intertextualidad con Ida Vitale y Pound, a quienes también cita en los epígrafes. 

Sobre todo, se trata, me parece, de un primer texto de madurez.

Javier es un poeta joven, y agradezco la confianza que ha tenido para que escriba este prólogo porque es una invitación para conversar.  Me parece que pertenece a una generación que ha estado a la deriva de muchas cosas: la icertidumbre, la esperanza, los proyectos políticos en la posmodernidad precaria de nuestros países, la tormenta cotidiana de las redes sociales, el vórtice infinito de las opiniones. Por eso, me agrada la acción de nombrarse desde la ternura, ausente como tema en mucha de la poesía que de las últimas décadas en Guatemala. Un gesto de ternura es también un gesto de esperanza en la realidad en que vivimos. Percibo con este libro los indicios de un cambio generacional, con poemas que reconocen la agencia en la vulnerabilidad y en los gestos cotidianos del amor. Además de celebrar su valentía, me parece algo necesario para comenzar a pensarnos personas, antes de pensarnos poetas; y para incinerar los sueños narcisistas con que la modernidad revistió el oficio de la escritura.

Junto con Javier, veo un buen grupo de poetas y artistas jóvenes sin miedo a sostener diálogos desde la horizontalidad. No los nombro porque estoy seguro de que no les conozco lo suficiente, pero el hecho de que estén ahí, confiando en la poesía, llena mi corazón de esperanza. Antes que hablar del ideal de ser escritor o poeta, creo que Javier escribe con un profundo sentido de pertenencia a un grupo de personas: desde la honestidad y la comunidad. Escribe desde la convivencia fraterna y desde la complicidad de lo íntimo. Porque solo desde ahí, solo desde esos espacios es posible resistir contra la violenta dictadura del presente y su prisa. Porque también ahí ocurre el poema. Porque también ahí –y sobre todo ahí– está ocurriendo siempre.

No hay comentarios: