domingo, 10 de abril de 2011

Cartas

De mi infancia recuerdo a un viejo jugando cartas
con la televisión encendida frente a él.
Entonces no comprendía
que el viejo era un retrato. Una profecía generosa
de lo que podría suceder. Mi primer encuentro con el miedo
pasó cuando encendí el ordenador y abrí el solitario. Entonces
tenía catorce años, y mis miedos eran otros.

Tuve miedos fabulosos cuando niño.
Imaginaba selvas color sepia con arenas movedizas
y buitres negros que devoraban vivos a los hombres.
Entonces el viejo era real y la tele ya no existe.
Tampoco sé si la casa en la que estaba existe aún.
Lo que sé ahora es
que la vejez puede ganarle días a la muerte con un póquer de reyes

viernes, 8 de abril de 2011

Texto 2

Bien, aquí de nuevo. Computador encendido. Mente dispersa. Mil cosas que escribir por obligación. Nada respetable. Atención a las ventanas de facebook, messenger, un cerebro en llamas, sin algo que valga la pena. Las energías están agotadas. Ocho horas son suficientes para matar cualquier cosa creativa. Cualquier feto de idea de veintitrés años. La juventud pasa rápido. Nueve horas. Diez horas. Once horas y media de trabajar en nada. Qué pienso: pienso lo que hace ahora gente conocida. Pienso que debo escribir un ensayo sobre una obra de teatro que únicamente leí. Pienso en que hoy la biblioteca no resulta tan atractiva. Pienso que varias veces ha sucedido lo mismo, por el trabajo y la televisión. Pienso que el cerebro se embrutece, con distracciones cada vez más vergonzosas. Pienso en que lo que más vale la pena en la vida es aquello que la destruye. Pienso en Thomas Mann, no sé por qué. Pienso que, a veces, camino con Hans Castorp hacia el hospital de tuberculosos para ver pasar la vida, inconsciente del tiempo. Del futuro. De lo que se desperdicia sin literatura. De lo que se desperdicia con literatura. Si dejara de pensar sería más fácil. Cioran no atormentaría como una máscara infernal por la ventana, advirtiendo que toda vida es inútil y malvada. También saldría con más chicas, y me dormiría más rápido en las noches. Pero no, el cerebro está en llamas, viendo como se apaga el fuego. Caminando hacia un hospital de tuberculosos de principios de siglo. Resignado camina hacia un patíbulo hecho con madera. Cuatro paredes. Una laptop. Cigarrillos. Una tumba. Una hoja vacía.

domingo, 3 de abril de 2011

1.

No recuerdo para qué vine. En realidad no sé dónde estoy. Por qué estoy en esta habitación de paredes blancas, sin ningún cuadro colgando sobre las paredes. No recuerdo que alguna vez se haya abierto la única puerta que hay. No sé que hay afuera, aunque seguramente yo entre por ahí. Tuve que haber entrado de alguna manera. Seguramente entré buscando la vida o huyendo de ella. Puede que voluntariamente, o que alguien más me haya forzado a hacerlo. Aquí no hay nada. Sólo hay un arma que está colgando del techo. Cuelga de una cuerda justo al centro de la habitación, pero no puedo alcanzarla. No podría hacerlo incluso si estuviera de pie.

2.

Duermo y despierto con el ojo del revólver viéndome, acusándome de algo.

3.

Sería hermoso asomar la cabeza por una ventana y presenciar el espectáculo del mundo, pero no hay ventanas. Siempre me gustó la pintura. Eso sí lo recuerdo. Recuerdo que antes de venir aquí me gustaban los cuadros. Incluso recuerdo que tenía instrumentos para pintar. Acuarelas, óleos, pinceles. Pero me cuesta trabajo recordar más. Tal vez si hubiera una ventana aparecería El jardín de las delicias, y yo estaría a punto de entrar en la obra. En el límite de la realidad y el arte. Sólo sé que soy ahora, aunque no estoy seguro de si esto es la realidad. Tengo nociones vagas de ella, pero no es esto. Estoy seguro. Sí, recuerdo ese cuadro, aunque sólo eso. No logro recordar algo más.

4.

Es de día. Lo intuyo. No estoy seguro del todo, pero acabo de despertar. Hoy recuerdo un poco más. Tengo impresiones vagas de lo que fue antes. De lo que puede existir fuera de aquí. Recuerdo que escondía un arma en algún sitio. Un revólver como el que ahora me apunta cada vez que abro los ojos. Eso es importante, pues lo escondía de alguien. Existía la posibilidad de que una persona lo encontrara, y yo no lo deseaba. Huía de esa posibilidad con temor. Me pregunto dónde estará ahora. No es el revólver que me apunta ahora.

5.

También recuerdo cosas que dije sobre algo. Conforme pasa el tiempo, mi memoria se va haciendo más sólida. Pareciera recobrar objetos perdidos. Recuerdo que un día dije: “no quiero ver el rostro del infierno”, pero no recuerdo por qué. Es una frase arbitraria, casi absurda, pero apareció en alguna conversación y se grabó en mi memoria con especial solidez. Hoy la he descubierto. También recuerdo que una vez aconsejé a alguien. A una mujer. Conozco su rostro, pero no sé de quién se trata. Recuerdo que le dije que tenía que preocuparse más por sí misma. No sé por qué le dije eso, y no tiene importancia. Pero tengo su rostro presente, a pesar de que siempre es difícil recordar rostros. Un rostro siempre es difícil de recordar, no importa lo que digan. Tenía los labios finos, los ojos grandes, arqueaba las cejas cuando hablaba. Reía mucho. Siempre estaba riendo.

6.

No lo había notado, pero el revólver ha bajado de su altura inicial. La cuerda no tiene amarras. No me lo explico. Ahora puedo pararme y me faltaría sólo un par de pies para alcanzarlo. No entiendo. ¿Será posible que alguien venga y cambie la cuerda mientras duermo?

7.

Esta vez mi sueño no fue tranquilo. Hasta ahora no había soñado con nada. Pero en esta ocasión, mi cerebro ya estaba listo, y se dispuso a soñar. Es curioso: no es posible soñar sin recuerdos. Seguramente los recuerdos que vi en el sueño no son conscientes. Los iré recuperando como hasta hoy he ido recuperando partes de mi memoria. Mi sueño no fue un sueño agradable. Estaba en otro lugar. En otra habitación adonde sí había ventanas. Yo estaba acostado y por la ventana entraron dos personas. No podía ver el rostro de ninguno de los dos. Usaban gabardinas largas y tenían la cara cubierta. Querían asesinarme. Yo no podía moverme, no sé por qué razón. Permanecí acostado y uno de ellos comenzó a levantar el velo que le cubría el rostro. El sueño me hizo recordar la sensación de tranquilidad de despertar y la angustia de morir. Siempre he temido morir. Ahora veo la angustia de la muerte como algo lejano. Como un objeto humano. No sé qué pasa. Comienzo a pensar que algo anda mal.

8.

Casi llego a alcanzar el revólver con las manos. No quiero ponerme en pie. Esperaré a que llegue hasta mí.

Imagen: My bed, Tracey Emin