domingo, 20 de marzo de 2011

fragmento de La caída turca

A Ramón se le ve por las noches recibir clases de Alemán los martes y los jueves, o acostado, escuchando música clásica en un sillón rosa frente a su cama, o sentado en las filas de en medio del teatro de Bellas Artes, mirando a Laura Almenábar. Raras veces toma. En el sentido estricto de la palabra, podría decirse que no tiene amigos. Por lo demás no puede quejarse. Trabaja como corrector de estilo en un matutino y está a punto de licenciarse en letras. El dinero le alcanza para vivir eventualmente y eventualmente comprar libros. Presta clásicos de la biblioteca de la universidad o los compra usados en librerías del centro. Le gustaría leer más. Vive en una pensión que queda cerca del trabajo. Regresa tarde a ver televisión o a leer. Está solo. Soporta las noches. Los viernes va al teatro, a emocionarse cuando Laura interpreta un papel nuevo. Todas las noches la imagina sin ropa. No imagina su cuerpo, sino su rostro cuando está desnuda. La imagina riendo. La imagina salvándola de algo, de un precipicio, del fuego, de un hombre grande y malo. De varios hombres grandes y malos. De la muerte. Está seguro de conocerla aunque no sepa dónde vive ni qué perfume usa. Está seguro de querer ser escritor. Nunca enferma. Al menos no de nada serio. Conoce a Laura Almenábar a través de Pirandello, de Poncela, de Buero Vallejo. La recuerda sobre todo por La casa de Bernarda Alba. El mejor papel que ha interpretado, a su criterio.

Recibe correos de su padre. Sobre todo cuando necesita dinero. Su padre está más jodido de plata. Eventualmente le responde. Su madre, en cambio, lo llama los domingos con puntualidad menstrual. A él no le molesta. Se siente bien de vivir solo.

Hay momentos en los que piensa que sólo el arte podría salvar al mundo. Piensa en la grasa escurriendo de las hamburguesas de plataforma. En el imperio del fast-food y la moda mientras escucha un tango. Entonces, ese tango le parece hermoso. Todo lo demás le parece absurdo. “Mezcla de rabia, de dolor, de fe de ausencia”. Sabe que la literatura se percibe con dificultad. Que la calidad literaria es un criterio universal mezclado con los prejuicios y con el juicio subjetivo del receptor. Pero hay algo que la diferencia. Existe algo que la hace diferente.

¿Dónde estás, Laura Almenábar? El mundo comienza a caer sin que haya historias que contar. Nunca no es una hermosa palabra. Nunca le hablé. Nunca la toqué. Nunca la vi desnuda. Se fue sin que fuera la época en la que acostumbraba irse de vacaciones. Los días nunca habían sido tan grises. La vida es una mala novela. “It is a tale told by an idiot, full of sound and fury, signifying nothing". Eso es todo. La vida es una historia contada por un idiota. Por eso se fue Laura. Los días pasan sin prisa en las letras del periódico que debo leer. Laura Almenábar: una mujer hermosa que se va sin despedirse. Recuerda que tu muerte es más valiosa. Pesa más que ti. Podrán olvidarte, pero si sabes morir, no te olvidarán jamás. Nadie te olvidará con una muerte hermosa. Antes debes dejar cien palabras. No más, ni menos. Sólo debes escribir cien palabras o repetir cien veces una palabra que valga la pena. Nada: nada es una palabra que podría valer. Ahora escribo las líneas que dejaré antes de morir. Me dan ganas de llorar, pero nadie sabrá si lloré o si no. Nadie lloraría al dejar esta triste e inútil guerra. Mejor aún, una muerte respetable dejando las piezas sueltas de un rompecabezas: la colección de las entradas al teatro, ordenadas por fecha. Un diario con un último texto lapidario. Novelas sin terminar. Un blog que nadie leía. Poemas dispersos. Ver a un escritor morir cifrando sus esperanzas en su obra es tan decepcionante y común. No quiero buscarla porque nunca la tuve ni la tendré. Quiero que el mundo me recuerde diciendo, preguntando: ¿dónde estás, Laura Almenábar?

Eventualmente visitaba gente conocida. Aunque nunca se preocupaban demasiado por él. Era un lector insoportable y eso aturdía a la gente que lo rodeaba. Sobre todo cuando sus interlocutores también eran lectores.