jueves, 22 de enero de 2009

Para mi May (un sueño)


“Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas”
Bréton

Soñé que llevaba años sin visitar mi casa en El Jícaro. Quizá la única casa que ha sido mía a plenitud. Llegué y mi infancia jugaba en el patio de enfrente, escondiéndose tras los limonarios, jugando que las hojas de los árboles eran soldados y disparando las espinas de los árboles de limón, porque los espineros eran monstruos. Me vi trepando el jocote, el mismo jocote en el que viajaba por ser mi nave espacial. El mismo jocote en el que me subí a llorar cuando mi madre me dijo que mi hermano podía morir. Y mi abuela vivía sola en la casa enorme. Ya no podía moverse de donde estaba, ya no podía levantarse de su hamaca a cortar limón o visitar el regadío, que ya no existía. Se sentaba en la hamaca los días enteros, y la encontré ciega e inválida, soñando con sus caballos que ya no existían. Diciéndome el nombre de todos sus caballos y yo me di cuenta que había perdido todo lo que tenía en esta vida al irme de El Jícaro. También recuerdo que soñé que iba al patio de atrás, en donde los árboles habían construido un camino estrecho con sus raíces y eso era todo lo que quedaba de la casa de mi infancia, porque mi abuela estaba ciega, y no podía impedir que su espacio vital fuera reduciéndose por efecto natural. Recuerdo que me dijo que lo había perdido todo y yo le pregunté porqué, pero ella hablaba sólo de sus caballos y de mi niñez, que apareció frente a mí de forma lejana. Nunca encontré a alguien con los ojos más grises o verdes que mi abuela, (son grises o verdes, dice, dependiendo la hora), y ella me habló de sus terrenos, que ya no existían, y de sus caballos, que tampoco existían, pero que galopan a un paso lento y sublime en su imaginación de niña.

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